En la antigua Israel, Dios ordenó al pueblo presentar las primicias de su cosecha y ganado a los sacerdotes. Esta ofrenda incluía el primer rendimiento de grano, el nuevo vino, el aceite de oliva y la primera esquila de lana de las ovejas. Tales ofrendas eran una manera para que los israelitas expresaran su gratitud y dependencia de Dios. Al dar lo primero y mejor de lo que producían, reconocían que todo lo que tenían era un regalo de Dios. Esta práctica también aseguraba que los sacerdotes, quienes no tenían tierras propias y dependían de estas ofrendas, pudieran dedicarse plenamente a sus roles espirituales.
El concepto de primicias va más allá de los productos agrícolas; es un principio de priorizar a Dios en todos los aspectos de la vida. Anima a los creyentes a confiar en la provisión de Dios y a dar generosamente de lo que han recibido. Este acto de fe y obediencia no solo apoyaba a los líderes religiosos, sino que también fomentaba un espíritu comunitario de compartir y apoyo mutuo. El principio de las primicias recuerda a los cristianos de hoy honrar a Dios con sus recursos, reconociéndolo como la fuente última de todas las bendiciones.