En el antiguo Israel, la tribu de Leví fue designada para un papel único entre las doce tribus. Fueron elegidos para servir como sacerdotes y cuidadores del tabernáculo, y más tarde del templo, siendo responsables de realizar sacrificios y rituales que eran centrales en la adoración de Israel. A diferencia de las otras tribus, los levitas no recibieron una porción de tierra como herencia. En su lugar, su herencia era el privilegio y la responsabilidad de servir a Dios y a la comunidad. Fueron sostenidos por las ofrendas y sacrificios que el pueblo traía, lo que subraya un sistema de dependencia y respeto mutuo.
Este arreglo refleja un principio más amplio de fe y comunidad dentro de la vida espiritual de Israel. Al no tener una herencia territorial, los levitas eran un testimonio viviente de la dependencia de Dios y del compromiso de la comunidad para mantener a aquellos dedicados al servicio espiritual. También servía como un recordatorio para el pueblo sobre la importancia de apoyar a sus líderes espirituales. Este principio de apoyo mutuo y dependencia de la provisión de Dios es una lección atemporal para todos los creyentes, alentando la confianza en el cuidado divino y el valor del apoyo comunitario para quienes están en el ministerio.