Juan inicia su carta dirigiéndose a las siete iglesias de Asia, una región de gran importancia en el cristianismo primitivo. Extiende un saludo de gracia y paz, que es una salutación apostólica común, enfatizando el favor divino y la tranquilidad que los creyentes reciben de Dios. La descripción de Dios como "Aquel que es, que era y que ha de venir" resalta Su naturaleza eterna, subrayando que Dios trasciende el tiempo y siempre está presente con Su pueblo. Este aspecto eterno asegura a los creyentes la inmutabilidad de Dios y Su soberanía sobre toda la historia.
La referencia a los "siete espíritus delante de su trono" se interpreta a menudo como una representación simbólica del Espíritu Santo en Su plenitud y perfección. El número siete en la literatura bíblica frecuentemente significa completud o perfección, sugiriendo la obra completa y perfecta del Espíritu Santo en el mundo y dentro de la iglesia. Este saludo no solo establece un tono espiritual para los mensajes a las iglesias, sino que también les asegura la presencia divina y la guía que tienen a través del Espíritu Santo, animándolos a permanecer firmes en su fe.