Jesús utiliza el ejemplo de un fariseo y un publicano para enseñar sobre la humildad y la verdadera naturaleza de la justicia. El fariseo, que representa a aquellos que confían en su propia justicia, a menudo menospreciaba a los demás. En contraste, el publicano, generalmente visto como un pecador y marginado, se acercaba a Dios con humildad y arrepentimiento. Esta parábola, ambientada en el templo, resalta la importancia de la disposición del corazón en la oración. Sugiere que Dios valora un espíritu humilde y contrito por encima de la autojusticia y el orgullo.
El templo, un lugar sagrado para el pueblo judío, sirve como telón de fondo para esta lección sobre la oración y la humildad. La oración del fariseo se caracteriza por la auto-congratulación y la comparación, mientras que la oración del publicano se distingue por su súplica de misericordia. Jesús utiliza este contraste para ilustrar que la verdadera justicia proviene de reconocer la propia necesidad de la gracia de Dios, en lugar de confiar en los propios méritos percibidos. Esta enseñanza anima a los creyentes a acercarse a Dios con humildad, reconociendo su necesidad de Su misericordia y gracia.