En la antigua Israel, Dios ordenó el establecimiento de ciudades de refugio para proteger a quienes accidentalmente causaran la muerte de otra persona. Estas ciudades estaban ubicadas estratégicamente para que cualquier persona que buscara asilo pudiera llegar a ellas sin dificultades. El propósito era asegurar que la justicia se aplicara de manera justa, evitando actos de venganza apresurados al permitir que el acusado viviera de forma segura hasta que su caso pudiera ser juzgado adecuadamente. Este sistema refleja el equilibrio entre la justicia y la misericordia de Dios, enfatizando la necesidad de una consideración reflexiva y el debido proceso en asuntos de vida o muerte.
Las ciudades de refugio servían como un recordatorio del valor de la vida humana y la importancia de distinguir entre acciones intencionales e involuntarias. Proporcionaban un medio para que la comunidad mantuviera la justicia mientras mostraba compasión hacia quienes cometieron errores. Este concepto es un testimonio del deseo de Dios por una sociedad que valore tanto la responsabilidad como el perdón, fomentando una comunidad que busque entender y apoyar a los demás en tiempos de crisis.