En las llanuras de Moab, Moisés y Eleazar, el sacerdote, llevaron a cabo el censo de los israelitas. Este conteo fue crucial, ya que representaba una nueva generación lista para entrar en la Tierra Prometida, después de años de vagar por el desierto. La ubicación, cerca del río Jordán y frente a Jericó, era significativa, ya que era el punto de entrada a Canaán, la tierra que Dios había prometido a los descendientes de Abraham. Este censo no fue solo un ejercicio logístico, sino una preparación espiritual, asegurando que cada tribu estuviera lista para las responsabilidades y bendiciones que les esperaban.
El censo fue un testimonio de la fidelidad de Dios, quien había sostenido a los israelitas a través de sus pruebas y ahora los preparaba para un nuevo capítulo. También destacó la importancia de la comunidad, ya que cada individuo desempeñaba un papel en el viaje colectivo del pueblo de Dios. Este acto de contar subrayó la necesidad de organización y preparación en el cumplimiento de las promesas divinas, recordando a los israelitas su identidad y propósito como el pueblo elegido de Dios.