En una notable demostración de intervención divina, las aguas del río Jordán fueron detenidas milagrosamente, permitiendo que los israelitas cruzaran hacia la Tierra Prometida. Este evento ocurrió justo cuando estaban a punto de entrar en un nuevo capítulo de su viaje, pasando de años de vagar por el desierto a reclamar la tierra que Dios había prometido a sus antepasados. La detención del río en un lugar llamado Adán, río arriba, subraya la magnitud del milagro. No fue solo un área pequeña la que se vio afectada; las aguas se acumularon a gran distancia, haciendo posible el cruce.
Este milagro sirvió como un poderoso recordatorio del omnipotente de Dios y Su compromiso de cumplir Sus promesas. Eco de la anterior maravilla del Mar Rojo, reafirmó la continuidad del cuidado y la provisión de Dios para Su pueblo. Para los israelitas, este fue un momento de reafirmación, confirmando que Dios estaba con ellos mientras enfrentaban nuevos desafíos y oportunidades. También fue un testimonio de la importancia de la fe y la obediencia, ya que el pueblo tuvo que entrar en el río con fe antes de que las aguas se detuvieran. Este evento es un recordatorio eterno de la capacidad de Dios para abrir caminos donde parece que no los hay, alentando a los creyentes a confiar en Sus planes y tiempos.