En la antigua Israel, la división de la tierra entre las tribus fue un evento significativo que reflejaba las promesas de Dios y el cumplimiento del pacto con su pueblo. Manasés, siendo el primogénito de José, tenía derecho a una herencia sustancial. Se menciona específicamente a Makir, su primogénito, porque sus descendientes, los gileaditas, eran reconocidos por su fuerza y capacidad militar. Este reconocimiento de su destreza resultó en la concesión de los territorios de Galaad y Basán, áreas conocidas por sus tierras fértiles y su importancia estratégica.
La asignación de tierras no era solo una cuestión de dividir territorio, sino también un reflejo de la identidad y el papel de la tribu dentro de la nación de Israel. La mención de Makir y sus descendientes resalta la importancia del liderazgo y la fuerza en el contexto antiguo. También ilustra cómo los israelitas valoraban y recompensaban estas cualidades, asegurando que aquellos que demostraban liderazgo y valentía recibieran tierras que coincidieran con sus capacidades. Este pasaje sirve como un recordatorio de la interconexión entre la fe, la herencia y la responsabilidad en la narrativa bíblica.