Jacob, al final de su vida, llama al ángel del Señor, quien ha sido su protector y guía, para bendecir a sus nietos, Efraín y Manasés. Este ángel se entiende a menudo como una manifestación de la presencia y el cuidado de Dios. La bendición de Jacob es un momento profundo, ya que busca transmitir la herencia espiritual y las promesas dadas a sus antepasados, Abraham e Isaac. Al invocar su propio nombre y el de sus ancestros, Jacob asegura que estos muchachos estén integrados en las promesas del pacto de Dios. Ora por su prosperidad y para que se multipliquen en la tierra, reflejando la promesa abrahámica de numerosos descendientes. Esta bendición subraya los temas de protección divina, continuidad familiar y el cumplimiento de las promesas de Dios a través de las generaciones. Resalta la importancia de la fe y la creencia de que las bendiciones de Dios se extienden más allá de las vidas individuales, impactando a las futuras generaciones.
La conexión entre Jacob y sus nietos es un recordatorio de la relevancia de la familia en la fe, y cómo cada generación tiene la oportunidad de recibir y transmitir las bendiciones divinas. Así, la bendición de Jacob no solo es un deseo de bienestar, sino un acto de fe que asegura que la historia de su familia continúe bajo la guía de Dios.