La llenura del Espíritu Santo fue un momento crucial para los primeros creyentes, marcando el nacimiento de la Iglesia como una comunidad dinámica guiada por el Espíritu. Este evento ocurrió durante Pentecostés, una festividad judía que atraía a personas de diversas naciones a Jerusalén. Cuando el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles, comenzaron a hablar en diferentes idiomas, un signo milagroso que les permitió comunicar el mensaje de Dios a la multitud diversa.
Este fenómeno de hablar en lenguas demostró la inclusividad del mensaje cristiano, mostrando que estaba destinado a todas las personas, sin importar su lengua nativa o su trasfondo cultural. También cumplió la promesa de Jesús de enviar al Espíritu Santo como ayudador y guía, empoderando a los discípulos para llevar a cabo su misión. La capacidad de hablar en otras lenguas no solo fue una manifestación del poder divino, sino también una herramienta práctica para difundir el evangelio hasta los confines de la tierra. Este momento subraya el poder transformador del Espíritu Santo, quien equipa a los creyentes con los dones necesarios para cumplir los propósitos de Dios.