Durante el evento de Pentecostés, el Espíritu Santo descendió sobre los apóstoles, dándoles la capacidad de hablar en diversas lenguas. Este milagro atrajo a una multitud, y algunos observadores pensaron erróneamente que los apóstoles estaban ebrios. Pedro, de pie junto a los once, abordó esta confusión señalando la hora temprana del día, mencionando que solo eran las nueve de la mañana, un momento en que la gente normalmente no estaría intoxicada.
La declaración de Pedro sirve para redirigir la atención de la multitud de su malentendido hacia la verdadera fuente de las habilidades recién adquiridas de los apóstoles: el Espíritu Santo. Este momento marca un hito en la Iglesia primitiva, donde los apóstoles comienzan a proclamar públicamente el mensaje de Jesucristo con valentía y claridad. Este evento significa el cumplimiento de la promesa de Jesús de enviar al Espíritu Santo como ayudador y guía, empoderando a los apóstoles para llevar a cabo su misión. También ilustra cómo las acciones de Dios pueden ser malinterpretadas por quienes las presencian, recordando a los creyentes que busquen comprensión y discernimiento en asuntos espirituales.