La forma de enseñar de Jesús era distintiva y poderosa, resonando en aquellos que lo escuchaban. A diferencia de los escribas y fariseos, que a menudo enseñaban citando otras autoridades o apoyándose en tradiciones establecidas, Jesús hablaba con una autoridad inherente. Esta autoridad no provenía de fuentes humanas, sino de su naturaleza divina y su relación íntima con Dios. Sus palabras tenían peso y convicción, ofreciendo nuevas perspectivas sobre la naturaleza de Dios y su reino.
La gente se asombraba porque las enseñanzas de Jesús no se trataban solo de seguir reglas o tradiciones; se trataban de entender el corazón de Dios y vivir de una manera que reflejara su amor y justicia. Sus enseñanzas desafiaban a los oyentes a ir más allá del cumplimiento externo y buscar una relación más profunda y genuina con Dios. Este enfoque era revolucionario, invitando a las personas a experimentar una transformación personal y un renovado sentido de propósito e identidad en el reino de Dios.