En las primeras etapas de su ministerio, Jesús frecuentemente pedía a aquellos a quienes sanaba o que lo reconocían como el Mesías que mantuvieran su identidad en confidencialidad. Esta solicitud no era por un deseo de secreto en sí, sino una decisión estratégica para asegurar que su misión se desarrollara según el tiempo divino. Jesús sabía que el reconocimiento generalizado podría llevar a malentendidos sobre su propósito, incitando potencialmente disturbios políticos o atrayendo la atención equivocada de las autoridades religiosas. Al controlar la narrativa y el ritmo al que se revelaba su identidad, Jesús pudo centrarse en enseñar, sanar y preparar a sus discípulos para sus futuros roles. Este enfoque también ayudó a prevenir que las multitudes lo buscaran solo por milagros, permitiéndoles involucrarse más profundamente con sus enseñanzas sobre el amor, el perdón y el reino de Dios. Esta cuidadosa gestión de su persona pública fue crucial para sentar las bases para la aceptación eventual de su mensaje y el establecimiento de la iglesia primitiva.
Y les prohibió mucho que no le descubrieran.
Marcos 3:12
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