En este momento, Jesús se dirige a sus discípulos después de su resurrección, reforzando las enseñanzas que impartió durante su ministerio terrenal. Subraya la necesidad de cumplir las Escrituras, que abarcan la Ley de Moisés, los Profetas y los Salmos. Estas tres secciones representan la totalidad de las Escrituras Hebreas, conocidas hoy como el Antiguo Testamento. Al afirmar que todo lo escrito sobre Él en estos textos debe cumplirse, Jesús establece una conexión entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, mostrando que su vida y misión eran parte de un plan divino establecido por Dios desde hace mucho tiempo.
Esta declaración sirve como un recordatorio para los discípulos—y para todos los creyentes—de la fiabilidad y verdad de la Palabra de Dios. Les asegura que los eventos de la vida, muerte y resurrección de Jesús no fueron aleatorios, sino que fueron profetizados y orquestados por Dios. Esta comprensión proporciona una base para la fe, ya que confirma que Jesús es, de hecho, el Mesías, el que cumple las profecías y promesas de las Escrituras. Anima a los creyentes a confiar en el plan de Dios y a encontrar esperanza en el cumplimiento de sus promesas.