En este versículo, Dios relata sus acciones en favor de los israelitas, enfatizando su papel en sus victorias y el cumplimiento de sus promesas. Los amorreos, que habitaban al este del Jordán, eran un enemigo formidable. Sin embargo, Dios aseguró el triunfo de los israelitas al entregarles a estos enemigos en sus manos. Este pasaje subraya el tema de la intervención y guía divina, recordando a los israelitas que sus éxitos no se lograron por su propia fuerza, sino por el poder y la fidelidad de Dios.
El contexto histórico de este versículo es crucial. Sirve como un recordatorio de la relación de pacto entre Dios y los israelitas, donde Dios prometió guiarlos a una tierra propia. Al recordar estos eventos, las escrituras animan a los creyentes a reflexionar sobre la fidelidad pasada de Dios como base para confiar en sus promesas futuras. También resalta la importancia de la obediencia y la dependencia de Dios, ya que Él es la fuente última de fuerza y victoria.