En esta parte de su oración, Jesús se dirige a Dios Padre, expresando su intención de que sus discípulos experimenten una alegría profunda. Reconoce que su tiempo en la tierra está llegando a su fin, pero enfatiza que sus enseñanzas y su presencia han estado dirigidas a infundir una alegría duradera en sus seguidores. Esta alegría se describe como una 'medida completa', sugiriendo una plenitud y abundancia que trasciende la felicidad ordinaria. Está arraigada en las verdades espirituales y el amor que Jesús ha compartido con ellos.
La alegría a la que se refiere Jesús no es efímera ni depende de circunstancias externas. En cambio, es una alegría espiritual que proviene de conocer y estar en relación con Dios. Esta alegría está destinada a sostener a los creyentes a través de pruebas y desafíos, ofreciéndoles paz y plenitud que el mundo no puede proporcionar. Al centrarse en esta alegría divina, se anima a los cristianos a encontrar fuerza y esperanza en su fe, confiando en que su conexión con Dios les brindará verdadera satisfacción y felicidad.