Vivir por el Espíritu significa permitir que el Espíritu Santo guíe e influya en nuestros pensamientos, acciones y decisiones. Esta guía espiritual libera a los creyentes de las restricciones de la ley, que en el contexto de la carta de Pablo a los Gálatas, se refiere a la ley judía. La ley fue dada como una guía, pero no podía proporcionar el poder para vivir una vida justa. Sin embargo, el Espíritu capacita a los creyentes para vivir de una manera que se alinea naturalmente con la voluntad de Dios.
Esta libertad no es una invitación a vivir sin límites morales, sino más bien una invitación a vivir una vida caracterizada por los frutos del Espíritu, como el amor, la alegría, la paz, la paciencia, la bondad, la fidelidad, la mansedumbre y el dominio propio. Estas cualidades cumplen con la esencia de la ley porque reflejan el carácter de Dios. Así, ser guiados por el Espíritu significa vivir una vida que agrada a Dios, no a través de la adherencia externa a reglas, sino mediante una transformación interna que se alinea con los deseos de Dios.