Pablo se dirige a los gálatas para aclarar la relación entre la promesa de Dios a Abraham y la ley dada a Moisés. La promesa hecha a Abraham se basaba en la fe y era un pacto de gracia. Cuando se introdujo la ley 430 años después, no canceló ni anuló esta promesa. En cambio, la ley fue dada para guiar y preparar al pueblo hasta la venida de Cristo, quien cumple la promesa. Esta distinción es crucial porque subraya que la salvación y la justicia provienen de la fe en las promesas de Dios, no de la adherencia legalista a la ley. La ley resalta las limitaciones humanas y la necesidad de un salvador, pero es la promesa la que proporciona la seguridad del amor y compromiso inmutable de Dios. Para los creyentes, esto significa que su fe está anclada en una promesa que precede y trasciende la ley, ofreciendo una base de gracia y esperanza.
Esto, pues, digo: Que la ley, que vino cuatrocientos treinta años después, no deshace el pacto anterior, confirmado por Dios en Cristo, para invalidar la promesa.
Gálatas 3:17
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