Pablo recurre a una práctica legal común para ilustrar una verdad espiritual. En términos humanos, una vez que un contrato o pacto se establece legalmente, no puede ser alterado ni anulado por nadie. Esta analogía se utiliza para enfatizar la naturaleza inmutable de las promesas de Dios. En particular, Pablo se refiere al pacto que Dios hizo con Abraham, que fue una promesa de bendición y salvación a través de la fe. Este pacto no fue anulado por la Ley dada a Moisés, que llegó más tarde. En cambio, la Ley cumplió un propósito diferente y no alteró la promesa de gracia dada a Abraham.
El mensaje de Pablo es claro: las promesas de Dios son confiables y eternas. No están sujetas a cambios basados en acciones humanas o en la introducción de nuevas leyes. Esta certeza proporciona a los creyentes un profundo sentido de seguridad y confianza en la fidelidad de Dios. Recuerda a los cristianos que su fe se basa en una promesa que trasciende el tiempo y la intervención humana, reforzando la idea de que la salvación y la bendición vienen a través de la fe, no a través de la adherencia a la Ley.