En la tradición israelita antigua, el acto de imponer las manos sobre el carnero sacrificial era un gesto profundo. Simbolizaba la transferencia de los pecados y responsabilidades de los sacerdotes hacia el animal, que luego sería ofrecido a Dios. Este ritual formaba parte de la ceremonia de consagración de Aarón y sus hijos, marcando su dedicación para servir como sacerdotes. Al participar en este acto, reconocían su necesidad de purificación y la importancia del sacrificio en sus deberes espirituales.
La imposición de manos también representaba una conexión profunda entre los sacerdotes y el sacrificio, enfatizando su papel como mediadores entre Dios y el pueblo. Esta práctica destacaba la necesidad de expiación y la santidad de su servicio, recordándoles su compromiso de mantener la santidad requerida en su relación con Dios. A través de este ritual, los sacerdotes eran apartados, preparados para guiar a la comunidad en la adoración y mantener la relación de pacto con lo Divino.