En una época en la que el faraón ordenó la muerte de todos los varones hebreos, el amor y la ingeniosidad de una madre se manifiestan de manera vívida. Ella confeccionó una canasta de juncos, sellándola con asfalto y pez para asegurarse de que fuera impermeable, demostrando así su determinación por proteger a su hijo. Al colocarlo entre los juncos del Nilo, no solo buscaba salvar su vida, sino que también lo confiaba al cuidado de Dios. Este acto de fe resalta la profunda confianza en la providencia divina, incluso en situaciones desesperadas. La canasta, símbolo de seguridad física y confianza espiritual, flota en el río, representando la esperanza en medio de la opresión. Esta narrativa subraya la resiliencia y el coraje de quienes actúan por amor y fe, inspirando a los creyentes a confiar en la protección y guía de Dios durante las pruebas de la vida. Además, anticipa el papel significativo que este niño, Moisés, desempeñará en la liberación de su pueblo, mostrando cómo pequeños actos de fe pueden llevar a resultados monumentales.
Y cuando ella no pudo ocultarle más, tomó una arquilla de juncos, y la calafateó con asfalto y con pez, y puso en ella al niño, y la puso en un carrizal a la orilla del río.
Éxodo 2:3
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