Moisés convoca a los ancianos de Israel para darles instrucciones cruciales sobre la Pascua, un momento definitorio en su historia. Se les encarga seleccionar un cordero para cada familia, que será sacrificado como parte del ritual de la Pascua. Este acto no es solo una tradición, sino una profunda expresión de fe y obediencia al mandato de Dios. La sangre del cordero es central para la liberación de los israelitas de la esclavitud egipcia, ya que al ser untada en los postes de las puertas, simboliza la protección divina durante la última plaga. Este evento marca un punto de inflexión, el inicio de su viaje hacia la libertad.
En la teología cristiana, el cordero pascual es visto como un precursor de Jesucristo, conocido como el Cordero de Dios. Así como la sangre del cordero protegió a los israelitas, se cree que el sacrificio de Jesús ofrece salvación espiritual y libertad del pecado. Esta conexión resalta la continuidad del plan de redención de Dios a lo largo de la Biblia. La Pascua, por lo tanto, sirve como un poderoso recordatorio de la fidelidad de Dios y la importancia de confiar y obedecer sus promesas.