La decisión del rey David de cuidar de Mefiboset, el nieto de Saúl, es un ejemplo profundo de gracia y lealtad. A pesar de la historia de enemistad entre David y Saúl, David elige honrar su amistad y pacto con Jonatán, el hijo de Saúl, extendiendo bondad hacia el hijo de Jonatán, Mefiboset. Este acto no solo se trata de cumplir una promesa, sino también de mostrar misericordia y compasión hacia alguien que podría haber sido considerado un enemigo.
David instruye a Ziba, un sirviente de la casa de Saúl, para que cultive la tierra y traiga las cosechas para Mefiboset, asegurando así su sustento. Este gesto va más allá de la mera caridad; es un acto de restauración e inclusión. Al invitar a Mefiboset a comer continuamente en su mesa, David lo integra en su propio círculo familiar, ofreciéndole dignidad y honor. Esta historia resalta el poder transformador de la bondad y la importancia de mantener las promesas, incluso cuando las circunstancias cambian. Sirve como un recordatorio de que el verdadero liderazgo implica cuidar de los demás, especialmente de aquellos que son vulnerables o marginados.