Este versículo contrasta dos formas de vivir: una conforme a la carne y otra guiada por el Espíritu. Vivir conforme a la carne significa seguir nuestra naturaleza y deseos pecaminosos, lo que finalmente lleva a la muerte espiritual. Esta muerte no es solo física, sino una separación de la vida y la presencia de Dios. Por otro lado, vivir por el Espíritu implica permitir que el Espíritu Santo nos guíe y empodere para superar comportamientos pecaminosos. Este proceso se conoce como santificación, donde el Espíritu nos ayuda a 'matar' las obras del cuerpo.
Esta transformación conduce a la verdadera vida, que no solo se refiere a la vida eterna después de la muerte, sino también a una calidad de vida aquí y ahora, llena de paz, propósito y una conexión profunda con Dios. El versículo anima a los creyentes a participar activamente en esta transformación, eligiendo seguir la guía del Espíritu, lo que resulta en una vida que refleja el amor y la justicia de Dios. Resalta la importancia de la disciplina espiritual y la dependencia del poder de Dios para vivir una vida que lo honre.