La imagen de la Nueva Jerusalén, tal como se describe en el Apocalipsis, pinta un cuadro de una ciudad cuyas puertas nunca se cierran. Esto significa un estado de seguridad y apertura eternas, donde no hay necesidad de temer amenazas o peligros. En tiempos antiguos, las puertas de las ciudades se cerraban por la noche para protegerse de los invasores, pero en esta ciudad celestial, la ausencia de noche indica que no se necesita tal protección. La luz perpetua simboliza la continua presencia de Dios, cuya gloria ilumina todo, disipando la oscuridad y el miedo.
Esta visión ofrece una profunda esperanza y seguridad a los creyentes, prometiendo un futuro donde la presencia de Dios asegura paz, seguridad y alegría. La falta de noche también sugiere el fin de toda tristeza y sufrimiento, ya que la oscuridad a menudo simboliza estos aspectos en la literatura bíblica. En cambio, hay una promesa de comunión eterna con Dios, donde Su luz guía y sostiene a Su pueblo para siempre. Este pasaje anima a los cristianos a esperar un tiempo en que el reino de Dios se realizará plenamente, trayendo consigo el cumplimiento definitivo de Sus promesas.