En el momento de la crucifixión de Jesús, el centurión romano y sus soldados, encargados de supervisar la ejecución, vivieron una serie de eventos extraordinarios. La tierra tembló violentamente y una oscuridad cubrió la tierra, fenómenos que fueron tanto aterradores como inspiradores. Estos eventos, junto con la actitud de Jesús y la forma en que murió, llevaron al centurión a una profunda realización. A pesar de ser un oficial romano, probablemente ajeno a las profecías judías, reconoció algo divino en Jesús, proclamándolo como el Hijo de Dios. Esta declaración es significativa, ya que proviene de un gentil, enfatizando el impacto universal de la vida y muerte de Jesús. Subraya la idea de que la identidad y misión de Jesús trascienden las fronteras culturales y religiosas, llegando al corazón de todos los que son testigos de su verdad. Este momento invita a reflexionar sobre el poder transformador del sacrificio de Jesús y el reconocimiento de su naturaleza divina por parte de todas las personas, sin importar su origen o creencias.
Cuando el centurión y los que estaban con él, velando a Jesús, vieron el terremoto y las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera y dijeron: Verdaderamente este era Hijo de Dios.
Mateo 27:54
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