Al jurar por el altar, no solo se invoca el edificio físico, sino también la presencia divina que allí reside. Esto subraya la importancia de comprender la sacralidad de nuestros votos y promesas. En la tradición judía, el altar era un lugar de encuentro con Dios, lo que hacía que cualquier juramento realizado en su nombre fuera un asunto serio. Esta enseñanza invita a los creyentes a reconocer que sus palabras tienen peso y deben ser expresadas con sinceridad y respeto. Nos recuerda que Dios es omnipresente y que nuestros compromisos se hacen ante Él. Por lo tanto, debemos esforzarnos por asegurar que nuestras promesas sean genuinas y reflejen nuestra devoción a Dios. Este versículo llama a una vida de integridad, donde nuestras acciones y palabras sean coherentes con nuestra fe y respeto por la presencia divina en nuestras vidas. Al hacerlo, honramos a Dios y mantenemos la santidad de nuestros compromisos.
Y el que jura por el altar, por él jura, y por todo lo que está sobre él.
Mateo 23:21
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