En este pasaje, Jesús hace referencia a una historia del Antiguo Testamento donde David, huyendo del rey Saúl, entra en la casa de Dios y come el pan consagrado. Este pan, conocido como el pan de la proposición, estaba destinado exclusivamente a los sacerdotes. Sin embargo, David y sus hombres estaban hambrientos y necesitados. Jesús utiliza este ejemplo para desafiar la interpretación estricta de la ley por parte de los fariseos. Él enfatiza que la necesidad humana y la compasión pueden tener prioridad sobre la ley ceremonial.
El contexto más amplio de esta enseñanza es la respuesta de Jesús a las críticas por permitir que sus discípulos recogieran espigas en el día de reposo. Al citar las acciones de David, Jesús ilustra que las leyes de Dios no están destinadas a ser una carga, sino a servir al bienestar de la humanidad. La historia subraya la importancia de entender la intención detrás de los mandamientos de Dios, que es promover el amor, la misericordia y la compasión. Jesús enseña que el corazón de la ley es cuidar a las personas, y el legalismo rígido no debe eclipsar los principios más grandes de amor y misericordia.