Juan el Bautista, una figura clave en el Nuevo Testamento, estaba bautizando en Enón, cerca de Salim, un lugar conocido por su abundante suministro de agua. Este detalle subraya el aspecto práctico del bautismo, que requería suficiente agua para la inmersión. El ministerio de Juan se caracterizaba por un llamado al arrepentimiento y la preparación para la llegada de Jesús, y su elección de ubicación facilitó la participación de grandes cantidades de personas en este ritual. El acto de bautismo significaba una purificación y un nuevo comienzo, resonando profundamente con aquellos que buscaban renovación espiritual.
El trabajo de Juan en Enón refleja la influencia generalizada que tuvo en ese tiempo, atrayendo a personas de diversas regiones que estaban ansiosas por abrazar un mensaje de esperanza y transformación. Su papel como precursor de Jesús se enfatiza a través de su dedicación a preparar el camino para el Mesías, animando a la gente a volver su corazón hacia Dios. Este pasaje no solo destaca los aspectos logísticos de su ministerio, sino también el profundo impacto espiritual que tuvo en las comunidades que sirvió.