En esta profunda afirmación, Jesús resume su misión y naturaleza divina. Reconoce su origen en Dios Padre, afirmando su preexistencia y autoridad divina. Al entrar en el mundo, Jesús asumió forma humana para llevar a cabo el plan de salvación de Dios, enseñando, sanando y, en última instancia, sacrificándose por los pecados de la humanidad. Su partida del mundo significa la culminación de su misión terrenal, mientras se prepara para regresar al Padre. Este regreso no es un final, sino una continuación de su obra divina, intercediendo por los creyentes y preparando un lugar para ellos en la eternidad. Las palabras de Jesús ofrecen consuelo y seguridad a sus discípulos, recordándoles que su ausencia física no implica abandono. En cambio, marca el comienzo de una nueva fase donde el Espíritu Santo los guiará y empoderará. Este versículo invita a los creyentes a confiar en el propósito divino de Jesús y en la promesa de vida eterna con Dios.
Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo, y voy al Padre.
Juan 16:28
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