En este versículo, Dios le ordena al profeta Jeremías que escriba las palabras que Él ha hablado. Esta directiva subraya la importancia de preservar las revelaciones divinas para la posteridad. Al instruir a Jeremías a documentar estos mensajes, Dios asegura que Su guía, promesas y enseñanzas permanezcan accesibles para las generaciones futuras. Este acto de escribir no se trata solo de registrar la historia; se trata de crear un testamento duradero de la fidelidad de Dios y de Su pacto con Su pueblo.
La palabra escrita se convierte en una herramienta poderosa para enseñar, recordar y guiar a la comunidad de creyentes. Permite que los mensajes de Dios trasciendan el tiempo y lleguen más allá de la audiencia inmediata. Esta práctica de registrar las palabras divinas es fundamental para la formación de las escrituras, que sirven como piedra angular de la fe y la práctica en la tradición cristiana. Destaca la naturaleza perdurable de la palabra de Dios y su capacidad para hablar a las personas a través de diferentes épocas y contextos. Al preservar estas palabras, Jeremías desempeña un papel crucial en el mantenimiento de la continuidad de la comunicación de Dios con la humanidad.