En este pasaje, Dios aborda el problema de los falsos profetas que pretenden hablar en Su nombre sin tener Su autorización. Estos profetas prometen falsamente paz y seguridad, afirmando que no habrá daño en la tierra. Sin embargo, Dios deja claro que no los envió y que sus mensajes no provienen de Él. Como consecuencia, estos falsos profetas sufrirán las calamidades que afirmaron que no ocurrirían, como la espada y el hambre. Este mensaje resalta el peligro de las falsas seguridades y la importancia de discernir los verdaderos mensajes divinos. Sirve como advertencia para ser cautelosos con aquellos que dicen tener una visión divina sin la autoridad genuina. El pasaje subraya la necesidad de rendir cuentas y las consecuencias de engañar a otros con promesas vacías. También anima a los creyentes a buscar una guía verdadera de Dios y a estar atentos para reconocer voces proféticas auténticas.
La advertencia es clara: no debemos dejarnos llevar por quienes prometen lo que no está respaldado por la voluntad divina. La búsqueda de la verdad y la autenticidad en la fe es fundamental para nuestro crecimiento espiritual y nuestra relación con Dios.