La celebración de la Pascua por parte de los exiliados que regresaron a Jerusalén fue un momento de gran significado espiritual y comunitario. Celebrada el catorce del primer mes, este evento no fue solo un ritual, sino un poderoso recordatorio de la liberación y la fidelidad de Dios a lo largo de la historia. La Pascua conmemora la liberación de los israelitas de la esclavitud en Egipto, y para estos exiliados, simbolizaba un nuevo capítulo de libertad tras su cautiverio en Babilonia.
Al observar la Pascua, los exiliados se reconectaban con su herencia y afirmaban su identidad como el pueblo elegido de Dios. Fue un acto de recuerdo y gratitud, reconociendo las acciones pasadas de salvación de Dios y Su presencia continua en sus vidas. Esta celebración también sirvió para unificar a la comunidad, ya que participaron colectivamente en una tradición que había sido central en su fe durante generaciones. Fue un tiempo de renovación, tanto espiritual como comunitaria, mientras se comprometían nuevamente con el pacto de Dios y la reconstrucción de sus vidas y de su ciudad. La celebración de la Pascua fue un testimonio del amor inmutable de Dios y la esperanza de restauración y redención.