En una visión dada a Ezequiel, se presentan setenta ancianos de Israel, simbolizando el liderazgo y la representación del pueblo, involucrados en un ritual que implica la quema de incienso. Este acto, típicamente asociado con la adoración, busca transmitir un sentido de reverencia y devoción. Sin embargo, el contexto revela que estos líderes participan en prácticas idólatras, alejándose de la adoración al verdadero Dios. Jaazanías, hijo de Safán, es mencionado específicamente, lo que indica que incluso aquellos de familias respetadas no son inmunes a la corrupción de la idolatría.
Esta visión actúa como una poderosa advertencia contra los peligros de la hipocresía y la falsa adoración. Invita a la introspección entre los creyentes para asegurar que su adoración sea genuina y esté alineada con la voluntad de Dios. La nube fragante de incienso, aunque exteriormente placentera, oculta la desobediencia y la infidelidad subyacentes. Este pasaje desafía a individuos y comunidades a examinar sus prácticas y garantizar que su devoción sea sincera, subrayando la necesidad de integridad en el liderazgo espiritual y la adoración.