En la tradición israelita antigua, el altar de la ofrenda quemada era un componente crítico del tabernáculo, sirviendo como el lugar donde se ofrecían sacrificios a Dios. Ungir el altar y sus utensilios con aceite era un acto ceremonial que los separaba para propósitos divinos, marcándolos como sagrados. Este proceso de consagración era esencial porque transformaba objetos ordinarios en instrumentos sagrados de adoración. Una vez ungido, el altar se convertía en 'muy santo', indicando que no solo estaba dedicado a Dios, sino que también era un lugar donde se honraba y reverenciaba la presencia de Dios.
El acto de hacer del altar un lugar muy santo resalta la seriedad con la que debía llevarse a cabo la adoración. Refleja el tema bíblico más amplio de la santidad, donde ciertas personas, lugares y objetos son apartados para el servicio de Dios. Este concepto de santidad es fundamental para entender la relación entre Dios y Su pueblo, enfatizando que acercarse a Dios requiere un corazón y una mente preparados para la adoración. La unción del altar sirve como un recordatorio de que la adoración es un acto sagrado, que requiere intencionalidad y reverencia, y que a través de tales actos, los creyentes pueden acercarse más a la presencia divina.