Durante el éxodo de los israelitas de Egipto, Dios instruyó a Moisés sobre cómo establecer el Tabernáculo, un lugar sagrado para la adoración. Parte de estas instrucciones incluía el uso de un lavamanos de bronce para el lavado. Moisés, Aarón y sus hijos, quienes fueron designados como sacerdotes, usaron este lavamanos para lavarse las manos y los pies antes de entrar en la Tienda de la Reunión o acercarse al altar. Este acto de lavado no solo se trataba de limpieza física; simbolizaba la purificación espiritual y la disposición para servir a Dios.
El ritual subrayaba la importancia de acercarse a Dios con un corazón puro y manos limpias, un principio que resuena con los creyentes hoy en día. Sirve como un recordatorio de que cuando venimos ante Dios, ya sea en oración, adoración o servicio, debemos hacerlo con un espíritu de humildad y reverencia, reconociendo nuestra necesidad de Su gracia limpiadora. Esta práctica resalta el tema bíblico más amplio de la santidad y el llamado para que el pueblo de Dios esté apartado, viviendo vidas que reflejen Su pureza y justicia.