Dios recuerda a los israelitas que su capacidad para conquistar y poseer la tierra no es resultado de su propia justicia o integridad moral. En realidad, se debe a la maldad de las naciones que actualmente ocupan la tierra. Dios está cumpliendo Su promesa a los patriarcas—Abraham, Isaac y Jacob—al expulsar a estas naciones. Este mensaje sirve como un recordatorio que les humilla, mostrando que su éxito no proviene de sus propios méritos, sino que es parte del plan divino de Dios y de Su fidelidad a Sus promesas.
Este pasaje enfatiza la importancia de la humildad y la dependencia en Dios. Enseña que, aunque los esfuerzos humanos son significativos, no son la razón última del éxito. Los propósitos y promesas de Dios son primordiales, y Él utiliza diversas circunstancias para cumplir Su voluntad. Esta comprensión anima a los creyentes a confiar en el plan de Dios y a permanecer humildes, reconociendo que sus logros a menudo son parte de una narrativa divina más amplia. También sirve como una advertencia contra el orgullo y la autojusticia, recordando a los creyentes que la gracia y la fidelidad de Dios son las verdaderas fuentes de sus bendiciones.