Pablo utiliza la metáfora de la circuncisión para describir la transformación espiritual que ocurre en los creyentes a través de Cristo. En la tradición judía, la circuncisión era una señal física del pacto entre Dios y Su pueblo. Sin embargo, Pablo enfatiza que en Cristo, los creyentes experimentan un tipo diferente de circuncisión: una que no es física, sino espiritual. Esta circuncisión espiritual representa el corte de la naturaleza pecaminosa, esa parte de nosotros que está dominada por deseos carnales y separada de Dios.
A través de la obra de Cristo, los creyentes son liberados del poder del pecado y reciben una nueva identidad. Esta transformación no se logra por esfuerzo humano, sino por la acción divina de Cristo. Significa un cambio interno profundo donde el viejo yo, que estaba gobernado por el pecado, es despojado y comienza una nueva vida. Este pasaje asegura a los creyentes la plenitud de la obra de Cristo en sus vidas, ofreciéndoles un nuevo comienzo y una nueva relación con Dios. Subraya la idea de que la verdadera transformación proviene de dentro, a través del poder de Cristo, en lugar de rituales externos.