Ish-boset, hijo de Saúl, ascendió al trono de Israel a los cuarenta años, pero su reinado fue breve, durando solo dos años. Este corto periodo indica un tiempo de inestabilidad y división dentro de la nación de Israel. Sin embargo, la tribu de Judá permaneció leal a David, mostrando una clara división en la lealtad entre las tribus. Esta fidelidad es significativa, ya que subraya el apoyo arraigado que David tenía, lo cual fue crucial para su eventual ascenso como rey de todo Israel.
La narrativa destaca los desafíos del liderazgo y las complejidades del poder político en el antiguo Israel. La división entre el gobierno de Ish-boset y la lealtad de Judá a David también refleja el tema más amplio de la providencia de Dios y el desarrollo de Su plan. A pesar de la agitación política, la futura realeza de David era parte de una promesa divina, y la lealtad de Judá puede verse como una alineación con los propósitos de Dios. Este momento en la historia sirve como un recordatorio de la importancia de la fidelidad y la confianza en el plan de Dios, incluso en medio de conflictos humanos e incertidumbres.