En este versículo, el apóstol Pablo contrasta el antiguo pacto, representado por la ley dada a Moisés, con el nuevo pacto traído por el Espíritu Santo. El antiguo pacto, aunque glorioso en su propio derecho, era limitado y se centraba en la adherencia externa a la ley. Era un ministerio que traía conciencia del pecado, pero no podía lograr una verdadera transformación.
El nuevo pacto, sin embargo, se caracteriza por el ministerio del Espíritu, que es mucho más glorioso porque produce un cambio interno y una renovación. El Espíritu escribe las leyes de Dios en los corazones de los creyentes, permitiéndoles vivir de una manera que agrada a Dios desde adentro hacia afuera. Este ministerio se caracteriza por la libertad, la vida y una relación directa con Dios, en lugar de depender de rituales y regulaciones.
El mensaje de Pablo es de esperanza y aliento, enfatizando que la obra del Espíritu es continua y transformadora. Se invita a los creyentes a experimentar la plenitud de la presencia y el poder de Dios a través del Espíritu, llevando a una vida que refleja Su gloria cada vez más.