En este momento de la historia de Israel, el pueblo se reunió para observar la Pascua, una festividad fundamental que conmemora la liberación de sus antepasados de la esclavitud en Egipto. Esta celebración estaba profundamente arraigada en su identidad como un pueblo elegido y protegido por Dios. La Pascua era un tiempo para recordar la noche en que Dios protegió a los israelitas, pasando por alto sus hogares marcados con la sangre de un cordero. Posteriormente, se celebraba la Fiesta de los Panes Sin Levadura durante siete días, en los cuales no se comía pan con levadura. Esta práctica simbolizaba la rapidez con la que los israelitas dejaron Egipto, así como un llamado a la pureza espiritual y la preparación.
Estas festividades no eran meras recreaciones históricas, sino que servían como un medio para renovar la fe y el compromiso de la comunidad con el pacto de Dios. Proporcionaban una oportunidad para reflexionar sobre la liberación pasada de Dios y una anticipación esperanzadora de bendiciones futuras. El aspecto comunitario de estas celebraciones fomentaba un sentido de unidad y propósito compartido entre los israelitas, reforzando su identidad y relación con Dios. Tales observancias eran vitales para mantener la salud espiritual y la cohesión de la comunidad, recordándoles su historia compartida y su llamado divino.