En un tiempo de agitación política, los israelitas buscaban un líder que atendiera mejor sus necesidades. Jeroboam, quien había sido un servidor de Salomón, huyó a Egipto para escapar de la ira del rey. Tras la muerte de Salomón, su hijo Roboam ascendió al trono, pero su negativa a aliviar las cargas impuestas por su padre provocó un descontento generalizado. El pueblo vio en Jeroboam una alternativa viable, y al regresar del exilio, lo proclamaron rey sobre las tribus del norte de Israel. Este momento crucial marcó la división de la monarquía unida en dos reinos separados: Israel al norte y Judá al sur. La tribu de Judá permaneció leal a la casa de David, manteniendo la línea davídica en Jerusalén. Esta división tuvo implicaciones duraderas en la historia de Israel, ilustrando las consecuencias de un liderazgo que no escucha las necesidades del pueblo y el impacto perdurable de las decisiones tomadas en tiempos de crisis. Sirve como un recordatorio de la importancia de un liderazgo que busque unificar y servir con sabiduría y compasión.
Y cuando todo Israel oyó que Jeroboam había vuelto, enviaron a llamarle a la congregación, y le hicieron rey sobre todo Israel; no siguió la casa de David, sino la casa de Judá solamente.
1 Reyes 12:20
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