En los primeros días del cristianismo, las iglesias solían reunirse en los hogares de los creyentes, creando una comunidad unida donde la fe se compartía y se nutría. Pablo envía saludos a la iglesia que se reúne en la casa de Priscila y Aquila, enfatizando la importancia de estos encuentros. También menciona a Epéneto, a quien llama un querido amigo y el primer convertido a Cristo en Asia. Este reconocimiento personal resalta la alegría y la importancia de las conversiones individuales y el efecto dominó que pueden tener en la difusión del Evangelio.
La mención de Epéneto como el primer convertido en Asia es un testimonio del espíritu pionero de los primeros cristianos y del alcance en expansión del Evangelio. También refleja las conexiones personales y amistades que fueron fundamentales para el crecimiento de la iglesia primitiva. Este versículo anima a los creyentes modernos a valorar y cultivar sus comunidades de fe, reconociendo el profundo impacto que las relaciones personales tienen en la nutrición y difusión de la fe cristiana. Además, sirve como un recordatorio de la importancia de la hospitalidad y de abrir nuestros hogares y corazones a los demás.