En esta vívida y simbólica imagen, el dragón representa las fuerzas del mal, a menudo interpretadas como Satanás o el diablo, que están en rebelión contra Dios. El acto de arrastrar la tercera parte de las estrellas del cielo significa una interrupción significativa, aunque no total, causada por el mal. Las estrellas a menudo simbolizan ángeles, sugiriendo una rebelión donde algunos ángeles siguieron al dragón. La mujer, vista a menudo como un símbolo del pueblo de Dios o de la iglesia, está a punto de dar a luz a un hijo, que representa a Jesucristo. El intento del dragón de devorar al niño al nacer refleja los intentos históricos y espirituales de frustrar el plan salvífico de Dios a través de Cristo.
Esta escena es un poderoso recordatorio de la batalla cósmica entre el bien y el mal, destacando los esfuerzos persistentes del mal para socavar la obra de Dios. Sin embargo, también asegura a los creyentes que a pesar de estos esfuerzos, los propósitos de Dios no pueden ser frustrados. La narrativa anima a los cristianos a permanecer firmes en la fe, confiando en que la victoria final de Dios está asegurada. Sirve como un llamado a la vigilancia y la perseverancia, recordando a los creyentes las realidades espirituales que subyacen al mundo visible.