Balak, el rey moabita, está decidido a que Balaam maldiga a los israelitas, a quienes considera una amenaza. Lo lleva al campo de Zophim, en la cima de Pisgah, un lugar que ofrece una amplia vista del campamento israelita. Esta ubicación es significativa, ya que representa un punto de observación y posible influencia. La insistencia de Balak en construir siete altares y ofrecer un toro y un carnero en cada uno refleja las prácticas rituales de la época, donde tales sacrificios se creían capaces de invocar la favor divino o maldiciones.
Sin embargo, el mensaje subyacente es que la voluntad de Dios es soberana y no puede ser alterada por rituales o deseos humanos. A pesar de los repetidos intentos de Balak, el relato subraya que la bendición de Dios sobre Israel no puede ser deshecha por fuerzas externas. Esta historia sirve como un recordatorio de la futilidad de oponerse a los planes de Dios y la certeza de que Su protección es firme para aquellos que Él ha elegido. También resalta el tema de la autoridad suprema de Dios y la importancia de alinearse con Sus propósitos.