En este momento, Jesús se dirige a una higuera que está llena de hojas pero no tiene fruto, simbolizando una forma de hipocresía o potencial no cumplido. La higuera a menudo representa a Israel o a los líderes religiosos de la época, quienes, aunque parecían justos por fuera, carecían de verdadera fructificación espiritual. Las palabras de Jesús sirven como una poderosa metáfora sobre la importancia de vivir una vida que no solo sea exteriormente religiosa, sino que sea genuinamente fructífera en fe y buenas obras.
Los discípulos escuchan el pronunciamiento de Jesús, lo que subraya la lección para ellos y para todos los creyentes: la fe debe ser activa y productiva, no solo una fachada. Este incidente invita a la autorreflexión sobre si nuestras vidas están produciendo los frutos espirituales de amor, bondad y justicia. Desafía a los creyentes a cultivar una fe que esté viva e impactante, en lugar de una que sea meramente aparente. Las acciones de Jesús nos recuerdan que Dios desea autenticidad y verdadera devoción, instándonos a vivir de una manera que refleje genuinamente nuestras creencias y valores.