La ofrenda de comunión era una parte significativa del sistema sacrificial en el antiguo Israel, representando paz y comunión con Dios. Era una comida compartida que simbolizaba la comunión entre el oferente, los sacerdotes y Dios mismo. La estipulación de que la carne no debía ser comida en el tercer día era tanto práctica como simbólica. Prácticamente, la carne se echaría a perder para el tercer día, haciéndola inapropiada para el consumo. Simbólicamente, representaba la importancia de la pureza y la necesidad de seguir los mandamientos de Dios con precisión. Esta regla subrayaba la sacralidad de las ofrendas y la seriedad de mantener la santidad en la adoración. Al adherirse a estas pautas, los israelitas demostraban su respeto y reverencia por las leyes de Dios. La consecuencia de comer la carne en el tercer día—ser considerado responsable—resaltaba la responsabilidad personal que cada individuo tenía en mantener la pureza de su adoración y su relación con Dios. Este principio de obediencia y pureza sigue siendo relevante, recordando a los creyentes la importancia de la sinceridad y la reverencia en sus prácticas espirituales.
Y si comiere la carne del sacrificio de sus ofrendas de acción de gracias en el tercer día, no será acepto; ni será imputada, porque abominación es; y la persona que comiere de ella llevará su pecado.
Levítico 7:18
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