Las leyes de limpieza en la antigua Israel no solo se trataban de higiene física, sino también de mantener un estado espiritual de pureza. Cuando un animal permitido para el consumo moría por causas naturales, se consideraba inmundo, y cualquier persona que tocara su cadáver se volvía ceremonialmente inmunda hasta la noche. Este estado temporal de inmundicia requería que las personas pasaran por un proceso de purificación, que incluía lavarse y esperar hasta la noche para ser consideradas limpias nuevamente.
Estas leyes cumplían múltiples propósitos. En términos prácticos, ayudaban a prevenir la propagación de enfermedades al desincentivar el manejo de animales muertos, que podrían portar patógenos. Espiritualmente, recordaban a los israelitas su relación de pacto con Dios, quien los llamaba a ser santos y apartados. El concepto de inmundicia y la necesidad de purificación subrayaban la importancia de vivir una vida que agradara a Dios, enfatizando la necesidad de santidad en aspectos tanto mundanos como significativos de la vida. Tales regulaciones ayudaban a la comunidad a mantenerse consciente de sus responsabilidades espirituales y de la sacralidad de sus acciones diarias.