En la época de los Jueces, Israel era una tierra sin rey, y la gente actuaba según su propio entendimiento. Micá, originario de la región montañosa de Efraín, es un ejemplo de la confusión espiritual de esta era. Tomó a un levita, un miembro de la tribu tradicionalmente encargada de los deberes religiosos, y lo instaló como su sacerdote personal. Esta era una disposición inusual, ya que los sacerdotes normalmente eran nombrados por Dios a través de estructuras religiosas establecidas. Las acciones de Micá reflejan un deseo de guía espiritual y bendición, pero también revelan un alejamiento de las prácticas de adoración tradicionales establecidas por Dios.
Este período estuvo marcado por la falta de una autoridad religiosa centralizada, lo que llevó a individuos como Micá a crear sus propios sistemas religiosos. Aunque las intenciones de Micá pudieron haber sido sinceras, sus acciones ilustran el tema más amplio del libro de los Jueces: un tiempo en que cada uno hacía lo que bien le parecía. Esta historia sirve como un recordatorio de la importancia de buscar la verdad y la guía espiritual a través de prácticas de fe establecidas y comunitarias, en lugar de depender únicamente de la interpretación personal.