Jefté, un juez de Israel, se encuentra en diálogo con el rey de los amonitas, quien reclama que Israel ocupa una tierra que legítimamente pertenece a Amón. Jefté responde a esta acusación afirmando que la tierra no fue tomada de los amonitas, sino de los amorreos, a quienes Dios había desplazado para otorgar la tierra a Israel. Este argumento se basa en la creencia de que Dios es la autoridad suprema sobre las naciones y las tierras, y que sus decisiones son justas y definitivas.
La respuesta de Jefté subraya el tema de la soberanía divina y la idea de que las acciones de Dios en la historia son intencionales y justas. También refleja la comprensión de los israelitas de su historia como influenciada directamente por la voluntad de Dios. Esta narrativa invita a los creyentes a confiar en la provisión y el tiempo de Dios, reconociendo que lo que Él ordena es para el bien supremo de su pueblo. Además, sirve como un recordatorio de la importancia de entender y respetar la voluntad de Dios en el desarrollo de los eventos históricos, reforzando la creencia de que Dios está activamente involucrado en la vida de sus seguidores.